miércoles, 4 de febrero de 2009

Esas cosas que ni el tiempo pueden borrar


No importa cómo ni cuando, un día, repentinamente y sin aviso previo, todo puede cambiar. A veces, uno cree que tiene una vida completamente armada y estructurada, por lo que confía plenamente en que la posibilidad de que todo se desmorone es prácticamente nula. Sin embargo, hay circunstancias en las que el inconsciente juega una mala pasada (o, mejor dicho, hace ver cosas que uno elige hacer de cuenta que no existen) y empieza una especie de efecto dominó, donde esa estructura se va cayendo rápidamente y, en un parpadear de ojos, ya nada existe.
Cuando esto comienza, debo advertir que las comunidades virtuales no ayudan en lo más mínimo. Y ¡miren quien lo dice! Quienquiera que lea esto, si me conoce sabe a la perfección que soy una de las primeras en alentar (por no decir, colmar la paciencia) a la gente que se sume a este tipo de cosas (facebook, por ejemplo). Si no me conocen, ahora ya lo saben.
Como decía, el increíble mundo de facebook no es lo mejor que te puede pasar. El reencuentro con gente que hace añares no ves, la mayoría de las veces, resulta ser de lo más satisfactorio, pero, (como para todo, hay una excepción) siempre y cuando los sentimientos del pasado no se mezclen con los del presente.
Tanto Lucía como Javier se separaron hace poco más de un década, cuando el inicio de la adolescencia se asomaba tímidamente. Sus vidas tomaron un rumbo distinto y con el correr de los años fueron armando lo que creían sería su futuro. Ninguno escuchó nunca más del otro y lo único que tenían para recordarse eran fotos amarillentas que, de hecho, jamás se sentaron a mirar. Sin embargo, ese bendito experimento virtual llamada “Seis grados de separación” dio resultado con ellos y antes que pudieran darse cuenta, estaban comenzando (¿o retomando?) una historia nuevamente.
Todo empieza ingenuamente, recordando esas épocas en las que juntos eran felices. Las risas van y vienen, hasta que algo les hace entender que ya no es un simple recuerdo. Con culpa, sienten una imponente necesidad de decirse lo que sienten pero, al mismo tiempo, saben (o al menos creen) que es en vano. Cada uno ya tiene su pareja formada, con quien creen que pasarán el resto de sus vidas y esto los sorprende, los inquieta.
¿Podrá, entonces, el amor de la infancia superar al amor adulto? Las piezas de este dominó, por el momento, siguen su camino preguntándose si las fichas llegarán a caerse por completo o si, como por arte de magia, emprenderán el camino de retorno, para volver a dejar sus piezas tan ordenadas como al principio.

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